Sofía era una santa que había vivido siempre según su noble título.
Un día, encontró a un niño pequeño que había entrado al templo buscando refugio.
Conmovida por su mirada perdida y su silencio, decidió acogerlo y criarlo como si fuera suyo.
Desde ese momento, su tranquila vida empezó a cambiar poco a poco.
Sofía comenzó a tener sueños inquietos.
Su cuerpo se sentía extraño al despertar, como si hubiera pasado por una experiencia que no podía recordar del todo.
Sus pensamientos eran difusos, y cada noche terminaba más agotada al amanecer.
Observándola en la penumbra, una figura murmuró con voz baja:
—Todavía no sabes lo que has acogido.