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Alas rotas y encierro en la jaula - Capítulo 12

Capítulo 12

 

 

Era la primera vez que los veía, pero definitivamente eran dholes.

 

Escuché que eran diferentes de los lobos.

 

Se decía que los lobos tienen modales, los dholes no.

 

Entonces, desde el momento en que llegué a Ungosan por primera vez, le enseñaron a huir si alguna vez se encontraba con un dhole.

 

Y ahora una manada venía hacia ella.

 

–Al principio, pensé que era una grulla azul por la vestimenta, pero no lo es. Resulta ser un cuervo. Y mestiza, además.

 

—¿Es la primera vez que ves un cuervo mestizo?

 

—Cualquier cosa está bien, ¿verdad? Ya sea un cuervo o una grulla, siempre que haya un agujero, me sirve para meterla.

 

—Eso es cierto.

 

La razón por la que se enseñaba a huir de los dholes era porque violaban a cualquier presa que se encontrara a su paso, para luego desgarrar su carne y compartirla.

 

Así es como lidiaban con sus presas y aumentaban su poder mágico.

 

Por eso todo el mundo teme y evita los dholes.

 

—Su carne se ve tierna

 

—Yo seré el primero en montarla.

 

Cuando los dholes de oscuros crines se le acercaron, Yi Mae dio un paso atrás.

 

Su rostro estaba pálido de miedo.

 

Incluso si corriera, no podría lograr perderlos solo con sus piernas.

 

Ojalá tuviera alas.

 

Sí, si tuviera alas, si pudiera volar, podría escapar, pero no las tiene.

 

Sus alas fueron arrancadas por el jujak

 

Pero antes de eso, tampoco podía volar con ellas.

 

—Alguien ayúdeme…

 

¿Quién escucharía sus gritos en este lugar?

 

Nadie vendría en su ayuda.

 

—¡Gyaaak!

 

Yi Mae agitó sus manos y pies hacia los dholes que se abalanzaban sobre ella.

 

Mordió las manos de los que intentaron agarrarla y dió patadas también.

 

—¡Maldita sea!

 

—¡Aaaagh! ¡Me mordió! ¡Esta puta me mordió!

 

—¡Aaah! ¡Mis huevos! ¡Me pateó en los huevos!

 

—¡Maldito cuervo!

 

Lo único que podía pensar era en tener que vivir.

 

Yi Mae solo podía morder y patear.

 

Mordió los brazos y las piernas de los dholes y dió patadas en el centro de sus piernas.

 

Arrojó piedras que estaban por el camino, gritando y agitándose en un ataque de ira.

 

Aunque pensó que su apariencia actual debía ser tan cruel y fea como el de una bestia, Yi Mae no se detuvo.

 

—¡Puta loca!

 

—¡Cuervo loco!

 

Incapaces de atraparla mientras ella se resistía ferozmente, le dejaron un espacio que le permitió huir con todas sus fuerzas.

 

La persiguieron, entre gritos, pero ella corrió sin mirar atrás.

 

—¡Gyaaaak!

 

Yi Mae tropezó, y al perder el equilibrio rodó pendiente abajo.

 

Mientras caía por la empinada pendiente, podía oír los gritos de los dholes cada vez más lejanos.

 

Eran gritos de maldad, pero poco a poco se fueron haciendo distantes y finalmente se hicieron inaudible.

 

 

* * *

 

 

—Duele…

 

Cojeando, Yi Mae apoyó una mano en el árbol.

 

La ropa que llevaba ya estaba hecha jirones, y había perdido los zapatos, quedando descalza sobre el suelo áspero.

 

Su cara, el dorso de sus manos, la nuca y sus pies estaban cubiertos de heridas.

 

Había caído por una ladera empinada de la montaña.

 

Afortunadamente, logró salvar su vida.

 

Pero, al parecer, se había lastimado el tobillo derecho y le dolía cada vez al caminar.

 

—Hic.

 

Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras cojeaba.

 

Tuvo suerte de escapar de los dholes, pero quedó muy asustada.

 

Realmente creyó que la iban a violar y matar.

 

Si no hubiera rodado por la ladera, seguramente la habrían atrapado.

 

Era mejor lastimarse el tobillo y estar toda magullada que el otro final, pero aún así, la invadió la tristeza.

 

Lo más desgarrador era el hecho de que no tenía a dónde ir en ese estado.

 

No hay ningún lugar en el mundo al que pueda regresar.

 

No hay lugar que la acepte.

 

No hay nadie que se preocupe por su lesión, nadie que le aplique medicamentos y la consuele.

 

—Ahhn…

 

Se desplomó frente al valle.

 

Ya no podía caminar más.

 

Avanzando a rastras hasta el valle, extendió la mano hacia el agua que fluía.

 

El agua que apenas logró tomar y beber con ambas manos era increíblemente dulce.

 

Después de hidratarse, Yi Mae apoyó su rostro sobre la piedra fría.

 

¿Sería por el agua?

 

O tal vez por el alivio de apenas lograr sobrevivir.

 

Su mente se volvió cada vez más confusa y finalmente perdió el conocimiento.

 

 

***

 

 

Cuando Yi Mae volvió a abrir los ojos, ya era medianoche.

 

La fría escarcha de las montañas la envolvió, despertándola de su letargo.

 

—Hace frío…

 

Intentó levantarse, pero su tobillo lesionado la hizo desplomarse de nuevo.

 

—Ughhh.

 

Con ambos brazos en el suelo, apenas logró sentarse.

 

Y arrastrando las piernas, logró llegar bajo un árbol.

 

—Hace tanto frío…

 

La noche en las montañas era tan fría que le castañeteaban los dientes.

 

Por supuesto, su nido tampoco había sido muy cálido.

 

Eso era porque estaba sola.

 

Nadie le traía leña.

 

Al final, le tocaba recolectar leña por sí sola, pero los árboles que se podían usar eran limitados, y Yi Mae no podía acceder a las montañas con esos árboles en específico.

 

Así que, a menos que alguien se apiadara de ella y le diera un poco de leña, siempre pasaba el invierno temblando.

 

Los inviernos de Yi Mae siempre fueron fríos.

 

La última vez que sintió calor fue cuando vivía con sus padres.

 

En esa época ellos eran como una valla y ese fue el momento más feliz de su vida.

 

Después de eso, siempre tuvo frío, siempre tuvo hambre y siempre se sintió sola.

 

La felicidad nunca volvió.

 

—Las plumas del jujak fueron cálidas… también aquellos huevos…

 

Los huevos siempre habían sido increíblemente cálidos.

 

Cuando regresaba tiritando por el frío del exterior, el calor proveniente de los huevos solía calentarla tan pronto entraba en la cueva.

 

Le había gustado cuidar los huevos porque amaba el calor y el no tener que tiritar de frío.

 

Podía olvidarse de la frialdad mientras los cuidaba.

 

Siempre estaban calientes y se sentía realmente bien sostenerlos cerca.

 

Se sentía como sostener una cálida bola de fuego en sus brazos.

 

|¿Qué hago ahora…?|

 

Acurrucada por el frío, las lágrimas brotaron de sus ojos.

 

¡Frrrrup!

 

—¡Aaah!

 

Al oír el sonido del búho al alejarse volando, Yi Mae soltó un grito y se acurrucó con más fuerza.

 

Después de aquella experiencia con los dholes, todo comenzó a lucir más aterrador.

 

Tenía miedo de la montaña de la que aún no había escapado.

 

La oscuridad, los crujidos, incluso los aullidos de bestias lejanas, todo le causaba temor.

 

¿Podría lograr bajar de la montaña con el estado actual de su tobillo?

 

¿Qué pasaría si no puede hacerlo?

 

—Hace frío… y da miedo…

 

Si no puede bajar de Ungosan, ¿morirá?

 

¿Morirá en este lugar, sin que nadie lo sepa, enterrada bajo las hojas caídas y pudriéndose?

 

No quería eso.

 

No escapó de la jaula de Nan Sae para eso.

 

—No debería haber huido…

 

Debería haberse quedado en la jaula.

 

Finalmente se arrepintió de no haberse quedado al lado de Nan Sae.

 

Aunque era feroz y violento, al menos le tenía cierto aprecio.

 

No, él es el único en este mundo que la necesitaba.

 

Yi Mae sabía que nadie más la necesitaba o quería.

 

Él la deseaba con locura.

 

Sabía que había un enorme anhelo y añoranza.

 

Justo porque lo sabía es que tenía miedo.

 

Escapó porque la atemorizaba esa obsesión, esa codicia, esa posesividad.

 

Pero una vez que escapó, se dio cuenta de que no había ningún otro lugar al que regresar.

 

No hay otro lugar que le de la bienvenida excepto esa jaula.

 

Fuera de ahí, no hay lugar en el mundo donde pueda quedarse.

 

No hay dónde reposar su cabeza excepto en el abrazo del jujak.

 

Ese era el fin.

 

Un viento cálido sopló de repente.

 

Levantó la cabeza y sus ojos fueron inundados de un persistente resplandor carmesí.

 

Parecía que una bola de fuego estaba cayendo del cielo oscuro.

 

Yi Mae se quedó sin palabras mientras miraba al hermoso pájaro rojo descendiendo hacia ella, batiendo sus alas llameantes.

 

Eran terriblemente rojizas.

 

Y esas alas eran las mismas llamas que lo consumían todo.

 

Lo primero que me vino a la mente al ver esas alas ardientes fue que eran calientes.

 

Justo cuando su cuerpo temblaba de frío en ese momento.

 

—Yi Mae.

 

Tras aterrizar, el ave adoptó forma humana y caminó hacia ella.

 

Extendió una mano para sujetarla de la barbilla, Yi Mae dejó escapar un largo suspiro ante el calor.

 

—¿Cómo estuvo tu paseo?

 

(Becky: Perro, no, ahora el insulto es ser un dhole)

 

Sólo entonces se dio cuenta de que nunca había escapado de la jaula realmente, sino que él le había permitido salir un rato.

 

Nunca había huido.

 

Aquella grulla azul la había ayudado.

 

Desde el principio había estado en la palma de la mano masculina.

 

—Si quieres quedarte más tiempo, vendré a buscarte más tarde. Te puedo recoger cuando ya hayas tenido suficiente. ¿Está bien? ¿Te recojo más tarde?

 

Yi Mae negó con la cabeza.

 

—¿No?

 

—Quiero volver ahora…

 

Las lágrimas rodaron por las mejillas de la hembra.

 

No hay nada que pueda hacer al respecto.

 

Si el único lugar al que puede regresar es la jaula del jujak, entonces no le queda otra opción que dejarse domesticar allí.

 

No hay nada que pueda hacer.

 

No hay otro camino.

 

Para sobrevivir, no tiene más opción que intentar amarlo.

 

Si logra domesticarse, ¿eventualmente dejará de tenerle miedo? ¿Llegará el momento en que se sienta cómoda en la jaula?

 

No lo sabe ahora, pero quizá llegue ese día.

 

Convertirse en una ave domesticada que se siente cómoda en su jaula y llega a amar al amo que la encerró.

 

No ahora, pero tal vez algún día.

 

Siempre y cuando no la abandone hasta ese entonces.

 

—Entonces volvamos.

 

Cerró los ojos cuando sintió las alas del jujak envolviéndola.

 

Era hora de volver a la jaula.

 

(Becky: Ay, me dio pena, hubiera deseado que se vaya al mundo humano y logre establecerse).

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