…
Ashley estaba ocupadísima en el Templo del Dios Bestia; al ver llegar a Su Yan, la agarró como a un recluta.
—Por fin viene alguien que sabe escribir. Ven a echarme una mano.
—¿Qué pasa?
Ashley la llevó hasta una mesa de piedra. Sobre ella había un montón de pieles garabateadas por todas partes. Su Yan entendió a grandes rasgos qué quería que hiciera.
—En dos días, nuestras tribus de ratones y conejos vamos a celebrar un banquete de victoria por la caza de bestias demoníacas, y de paso festejar la mudanza de nuestra tribu de ratones aquí. Para entonces vendrá toda la gente notable de ambas tribus. Estas son las cosas que aporta cada casa para el banquete, hay comida y útiles. Ordénalo y pásalo a registro.
—De acuerdo —Su Yan tomó la pluma de pluma de ave de la mesa de piedra.
Su propia pluma era comprada en la tienda del sistema.
Esa pluma de ave, en cambio, es la que usan comúnmente los humano-bestia.
Recolectaban plumas de un gran pájaro llamado ganso Qingtíng, y las mojaban en un líquido azul negruzco hecho de piedra de pigmento y jugo de hierbas; al escribir sobre piel, no se desteñía por mucho tiempo.
Su Yan primero revisó todas las piezas de piel, luego las clasificó y las pasó en limpio al registro.
Cuando Ashley volvió y vio las tablas que había ordenado, tan simples y claras, se llevó una grata sorpresa.
—¡Esto está genial! ¿Cómo lo hiciste? Enséñame.
—No —sonó la voz de Zulu—. Debe volver a casa.
Su Yan volvió la cabeza hacia la voz.
—¿Cómo viniste?
—Mi suegro me envió. Dijo que ya es tarde; no está tranquilo si caminas sola.
—¿Es que Oro no está tranquilo… o tú no lo estás? —bromeó Ashley.
Zulu sonrió:
—Ninguno de los dos está tranquilo.
Al mirar ese rostro bello hasta lo deslumbrante, Ashley quedó un instante ausente. No extrañaba que Rona se le pegara a toda costa. Por suerte ella tenía a Lin Lang; de no tener compañero, quizá también habría caído en ese hechizo.
Le dio una leve palmada en el hombro a Su Yan:
—Bien, mañana me ayudas otro día. Pasado mañana te reservo buen sitio y buen vino-plato para tu familia.
Su Yan sonrió y respondió:
—Hecho.
Ashley se inclinó hacia ella y, en voz baja, dijo:
—Vigila a tu hombre.
—¿Eh? —Su Yan se quedó pasmada, sin entender por un momento.
Luego, al mirar el rostro casi demoníacamente hermoso de Zulu —aún más seductor que antes—, comprendió enseguida lo que Ashley quería decir.
Con esa cara y esa fuerza, no había hembra que no deseara tenerlo; incluso más de un macho lo tendría en mente.
—Está bien, me voy primero.
—Anda, anda. Mañana ven temprano, dependo de ti.
—No exageres, solo puedo echar una pequeña mano.
Tras despedirse de Ashley, Su Yan y Zulu emprendieron el camino de regreso.
En el trayecto, Su Yan miró sus manos vacías.
Si fuera el de verdad, no le permitiría ir con las manos vacías; la envolvería con su cálida y áspera palma ardiente.
—Hoy la luna está redonda —Su Yan alzó la vista hacia la llena brillante, pero su corazón se hundía por oleadas.
Zulu no miró la luna; sus ojos permanecían sobre ella.
—Ya pregunté. Las hembras ratón, tras parir, en tres días pueden volver a prepararse para concebir.
—Eso es en forma de bestia; yo soy forma humana. No es lo mismo. Necesito más tiempo.
—Ajá. Recupérate bien y, cuando estés completamente restablecida, lo hablamos.
—Antes dijiste… —Su Yan se detuvo de pronto y lo miró a los ojos.
Zulu la sostuvo con la mirada:
—¿Qué?
—Nada —Su Yan llevó las manos a la espalda y entrelazó los dedos—. Volvamos. Echo de menos a los niños.
Al principio le costaba adaptarse, pero conforme crecían, más peluditos y adorables eran, y más le gustaban.
En la Tierra cuidaba perros o gatos llamándolos “hijos”. Aquí, en el mundo de los humano-bestia, ¿cómo no amar a sus propias bolitas de pelo?
Más adelante, cuando cumplan seis años y tomen forma humana, ya no serán tan adorables.
Observando la dulzura y ternura que le brotaba a Su Yan al pensar en sus hijos, Zulu de repente la jaló con fuerza y la metió en su abrazo.
—Termina lo que ibas a decir.
—¿…Qué? —Su Yan se asustó por su brusquedad repentina.
—Lo que ibas a decir. ¿Qué “dije antes”? —La mirada de Zulu traía una amenaza que no admitía rechazo.
—¿No recuerdas lo que dijiste? —Su Yan soportó la fuerte presión que emanaba de él y se obligó a mantener la calma.
—Je —Zulu recogió de golpe esa emanación y la miró con frialdad.
Su Yan estabilizó el ánimo y siguió:
—O es que se lo dijiste a tantas hembras que ya lo olvidaste.
—¿Cuántas hembras tengo? ¿No lo sabes mejor tú?
—No necesariamente; puede que yo solo sea una más.
—No es que tu cuerpo no se haya recuperado; es que me desprecias, ¿verdad?
—Eso deberías preguntártelo tú.
Su Yan lo apartó y siguió caminando; en su palma, una bola de fuego latía, apareciendo y desapareciendo.
Zulu, al ver esa bola de fuego, se detuvo.
Su rostro se puso serio.
—Con razón pudiste parir un hijo con elemento fuego. Ya veo. ¿Qué otros secretos guardas?
Tras unos pasos, Su Yan abrió el mapa del sistema y observó la reacción de Zulu por detrás. Incluso el más leve cambio en su expresión podía ampliarse en el mapa; eso era el resultado de haber gastado doscientos puntos para mejorarlo.
Gastar a lo grande sí que hacía diferencia.
Escuchó con toda claridad el murmullo de Zulu.
¡Efectivamente es falso!
El Zulu auténtico ya sabía que ella tenía talento de fuego.
¿Y sus otros secretos? ¿Se había quedado a su lado para sonsacárselos?
Zulu caminaba con zancadas largas; en unos pocos pasos alcanzó a Su Yan.
—Hoy fui al bosque de bestias. Cacé un zorro rojo. ¿Qué te parece si te hago una bufanda?
—Mejor suéltalo. Esos animales guardan rencor con facilidad.
—Ya está muerto.
—…
Zulu extendió la mano y tomó la de Su Yan.
La mano fina y hermosa quedó atrapada por una mano grande y deslizante, fría; no pudo evitar estremecerse.
Alzó la vista hacia él, y sin querer miró dentro de un océano carmesí. ¡Toda su conciencia fue arrastrada!
Al instante siguiente, regresó de ese rojo a la realidad.
Por el camino ancho y bacheado iban y venían humano-bestia ratón. Al ver a Zulu, todos lo saludaban cortésmente.
Zulu también devolvía el saludo, afectuoso con la gente, sin aires de fuerte, cercano y afable.
Tan impecable por todos lados que, si no se convivía pegado a él, era casi imposible sospechar de su identidad.
Con el semblante algo frío, Su Yan estaba por soltar su mano cuando, por el rabillo del ojo, vio venir a una mujer de frente.
¡Ja!
Como dicen, los enemigos siempre se encuentran en caminos estrechos.
Rona venía con una abultada bolsa de piel en la mano.
Al ver a Su Yan y Zulu tomados de la mano, primero se quedó pasmada; luego la envidia le incendió los ojos.
Pero enseguida guardó el rencor y mostró una sonrisa de alegría:
—Hermano Zulu, justo estaba pensando en ti y te encuentro; ¡qué casualidad! Con la piel de marta que me regalaste la otra vez me hice un abrigo. Pruébalo a ver si te queda.
Rona ignoró deliberadamente a Su Yan y le tendió la bolsa de piel a Zulu.
Su Yan, sin embargo, tiró de él con fuerza y lo colocó detrás de ella, encarando a Rona de frente:
—¿Te regaló piel de marta?
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