Durante tres años, compartimos un matrimonio que solo existía en papel. Él necesitaba influencia política, yo buscaba libertad. El trato era claro: cuando todo estuviera resuelto, firmaríamos el divorcio y seguiríamos con nuestras vidas. Pero justo cuando llegó el momento de separarnos, algo cambió. El duque, siempre calculador y distante, ahora actúa como si nunca hubiéramos hablado de divorcio. ¿Ignorancia fingida o sentimientos reales? La mujer que solo quería recuperar su independencia se encuentra atrapada en un juego de emociones, promesas rotas y una pregunta que nunca pensó hacerse: ¿y si el amor sí existió en este matrimonio por contrato?