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El matrimonio problemático del Duque vendado - Chapter 64

Capítulo 24 – Aunque no haya recuerdos

 

Alfred hizo pasar a Sierra y a Melina a la habitación.

Así, quedó sentado frente a Sierra, con la mesa entre ambos.

«Sierra, ¿acaso has recordado algo?»

La pregunta, pronunciada con un poco de esperanza, obtuvo su respuesta en la expresión apenada de Sierra.

«…Entonces, ¿por qué viniste a verme?»

Al hombre terrible que había causado la pérdida de sus recuerdos.
Además, le había dicho a Melina que no era necesario contarle sobre Alfred.

Sabía que no debía, pero la expectativa en su corazón crecía.

«Quería saberlo. Sobre usted… mi primer amor».

Sierra apretó su puño contra su pecho y, temblando, miró fijamente a Alfred.

Al instante comprendió que estaba forzándose a sí misma.

Ahora que existía la posibilidad de que la “maldición de la bruja” fuese real, quizá además de la amnesia, hubiera otro tipo de anomalía en Sierra.

Pensar en eso lo hacía sentir que aún no debía permanecer a su lado.

Le alegraba que hubiera venido a verlo. Se tranquilizó al poder ver su rostro.

No tenía intención de renunciar a Sierra.

Pero, por ahora, no podía actuar.

¿Qué clase de maldición había sido lanzada sobre Isabella?
¿Existía alguna condición para su activación?

Sin escuchar directamente el testimonio de Isabella, no podía juzgar nada.

Además, aunque Alfred conocía a Griella, eso no significaba que fuera experto en brujas o maldiciones.

Isabella parecía querer negar la existencia de la maldición con la presencia de Alfred, pero el mismo “Duque Vendado” era un producto de la maldición.

Lejos de proteger a Sierra, Alfred podía terminar poniéndola en peligro.

«Entonces no hay necesidad de saber. Yo te herí. Estoy seguro de que cuando recuperes tus recuerdos, me odiarás tanto que ni siquiera querrás verme la cara. No quiero herirte más. Cuando recuperes tu salud, haré los arreglos para que, al menos tú, regreses primero al reino de Vanzell».

En este momento, alejar a Sierra era lo mejor.

Alfred mató sus emociones y habló con frialdad.

«…Kohe—?»
«¿Sierra?»

Los labios de color rosa pálido se movieron débilmente, pero no alcanzó a escuchar.

«¿¡Adónde quiere que regrese!?»

Con lágrimas brillando en sus ojos irisados, Sierra gritó.

«¿Acaso porque lo he olvidado… ya no soy una esposa necesaria para usted?»
«¡Eso no es así!»
«¿Entonces es por aquella mujer que lloraba hace un momento?»
«¡Eso es imposible!»
«¡Entonces por qué… por qué intenta apartarme de su lado! ¿No es al lado de mi esposo donde debería estar mi lugar?»

Sierra preguntaba con una expresión llena de ansiedad.

(…Aunque haya perdido sus recuerdos, Sierra sigue siendo Sierra).

Cuando recién se habían casado y Alfred intentaba apartarla, Sierra le había expresado una y otra vez sus sentimientos.

Ahora también, a pesar de que se supone que lo ha olvidado, vino a verlo, tratando de conocerlo.

Sierra nunca huía de Alfred, siempre lo enfrentaba de frente.

Siempre trataba de permanecer a su lado.

Entonces, Alfred también debía dejar de lado las excusas y expresar su verdadero sentir.

«…Tenía miedo. Miedo de volver a herirte».
«Lord Alfred, ¿usted…?»
«Te amo, de todo corazón. La única persona a quien amo es a Sierra. Por eso… me aterra perderte».

Precisamente porque la amaba, no quería herirla. No podía perdonarse por haberla lastimado.

Sierra apartó ligeramente la mirada y, como si recordara algo, colocó sobre la mesa la cajita de madera que tenía en sus manos.

«Esta caja de música, ¿no fue usted quien la hizo para mí?»

Al fijarse bien, Alfred reconoció que era la caja de música que había hecho para Sierra.

Al recogerla hacía un momento, no lo había notado.

«La encontré entre mis pertenencias y me hizo feliz. Aunque no recordara nada, era la prueba de que sí había sido amada».

Diciendo eso, Sierra sonrió suavemente.

Quitó la tapa inferior de la caja de música, dejando a la vista un mensaje de Alfred para ella.

『Que esta melodía esté siempre contigo en el futuro ― De tu esposo que te ama』

Sin embargo, Alfred pensaba que Sierra nunca había descubierto ese escondite antes de perder la memoria.

«Vaya… me sorprende que lo descubrieras».
«En realidad, no sabía cómo hacer sonar la música, así que estuve probando varias cosas… y fue entonces que me di cuenta de que la tapa inferior se podía quitar».

Sierra acarició con sus blancas manos la tapa inferior y, una vez más, levantó la mirada hacia Alfred.

«¿Podría hacerlo sonar para mí?»

Alfred miró la caja de música, dudó un momento y negó con la cabeza.

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