Capítulo 27: Pérdida de tiempo
Alfred miraba con el ceño fruncido el deslumbrante sol de la mañana.
No había podido dormir ni un instante.
(… Cuando estaba con Sierra, mi insomnio parecía mentira y podía dormir profundamente…)
Había pasado días sin poder dormir, por miedo a soñar con su doloroso pasado y porque no quería escuchar las palabras de rencor de su familia… hasta que conoció a Sierra.
Le encantaba el momento en que cerraba los párpados mientras sentía el calor de Sierra.
“… Al parecer, sin Sierra yo no puedo dormir.”
Alfred dejó escapar un gran suspiro y se incorporó.
Suave, el cabello dorado le cayó sobre la mejilla.
—El cabello de Lord Alfred es realmente hermoso, ¿sabe? Y esos ojos azules suyos son como zafiros.
Alfred, quien a causa de la maldición había llegado a olvidar incluso su propia apariencia, aun después de dejar de ser un hombre invisible, no sentía interés por su aspecto.
Sin embargo, cuando Sierra lo elogiaba, sólo con eso llegaba a parecerle algo especial.
Era algo muy extraño.
Un Alfred que no podía perdonarse a sí mismo, llegaba a pensar que quizá podría empezar a gustarse un poco.
Pero Alfred dudaba en hacer que Sierra recuperara la memoria.
La causa eran las palabras que escuchó anoche de Melina.
Si Sierra lo recordaba, también podría recordar su pasado doloroso.
Mientras Alfred volvía a preocuparse y a sujetarse la cabeza, resonó el sonido de unos golpes en la puerta.
“Ha llegado un mensaje urgente para el Duque Besculay.”
Recibiendo la carta que le entregó el sirviente del castillo, Alfred tragó saliva con fuerza.
『A mi sirviente, que anda como en plena rebeldía, obsesionado con su esposa:
Parece que ocurrió un gran problema durante el viaje de bodas que me tomé la molestia de regalarte. No tienes que regresar hasta que lo resuelvas. Por supuesto, no reconoceré el divorcio que solicitaste. No quiero que mi adorable diva me odie.
Seguramente, conociéndote, ahora mismo estás rumiando y lamentándote pensando que todo es tu culpa, pero deja de hacerlo, es una pérdida de tiempo.
Quédate a su lado tal como eres, un idiota con la cabeza llena de flores, que adora excesivamente a su esposa.
Posdata: ya de paso, encárgate también de aquel asunto.
De tu Cupido, mediador de parejas.』
Alfred estrujó la carta con la mano, deseando que aquello fuera una equivocación, y terminó riendo a pesar suyo.
“… En serio, esa persona siempre dice cosas absurdas.”
Había informado por correo urgente a Zylac de la gran situación que había cambiado: que no parecía poder regresar en la semana que le habían concedido, y la solicitud de divorcio con Sierra, quien había perdido la memoria.
Zylac permitió que la estancia en el Reino de Ronatia se prolongara, pero a cambio le ordenó resolver los problemas que habían surgido en aquel reino.
Y justo en ese momento, tal como Zylac había previsto, Alfred se sujetaba la cabeza, atormentándose con sus dudas.
“¿Pérdida de tiempo, eh? Ciertamente lo es.”
Por miedo a perder la felicidad, retrocedía.
Ese era el mal hábito de Alfred.
Y, por culpa de eso, había perdido muchas cosas.
Incluso los vínculos con las personas, que había rechazado él mismo.
Pero Zylac había ridiculizado a Alfred, que rechazaba a los demás, y aun así le había dado trabajo y le había permitido existir.
Aquel que había sido un hombre invisible maldito, incluso había recuperado la posición de la Casa Ducal Besculay.
Por eso, Alfred no podía levantar la cabeza ante él.
Aunque siempre le imponía cosas absurdas y lo consideraba cruel, en realidad le tenía una gran gratitud.
Por haberlo hecho encontrarse con Sierra y también por decir que no aceptaría el divorcio.
Alfred se dio una palmada fuerte en las mejillas con ambas manos para darse ánimo.
“Con esta cabeza mía, intoxicada por la dulce y feliz miel de Sierra, sólo puedo pensar en una cosa.”
Preparándose rápidamente, Alfred se envolvió las vendas con rapidez.
¿Se sorprendería Sierra, que había perdido la memoria, al verlo vendado?
¿Se asustaría?
Pero aquella dulzura de Sierra derretía esa debilidad suya.
Seguro que Sierra lo aceptaría tal como era.
Tal como, aun perdiendo la memoria, había tratado de seguir siendo su esposa.
“Ah, Sierra. Quiero verte pronto.”
Lo que había tomado en sus manos sin pensarlo era el primer regalo que había recibido de Sierra.
Un cascabel ―un sonido claro y puro que no se ajustaba a Alfred― resonó.
Esbozando una leve sonrisa, metió el cascabel en su bolsillo.
Iba a verla y decírselo. Claramente.
Lo que Alfred estaba cargando ahora.
—Porque nosotros somos “esposo y esposa”.
Conteniendo su impaciencia, Alfred se dirigió a la habitación de Sierra.
Pero en la vuelta de un pasillo, se chocó de lleno con alguien.
“¡Lo siento, iba con prisa!”
Era Moritz quien lo había embestido.
Además, con el rostro completamente pálido y en un estado de gran agitación.
“¿Qué ocurre? No me digas que le ha pasado algo a Sierra.”
“… Por favor, ayúdeme. Sierra está en un gran problema.”
Con expresión amarga, Moritz explicó la situación.
Para distraerla, la había invitado al ensayo de la orquesta real.
Sin embargo, debido quizá al impacto de haber perdido la memoria, Sierra había dejado de poder cantar.
(¿Sierra no puede cantar…?)
Esa Sierra, que siempre tarareaba canciones como si respirara.
Sierra era una diva bendecida por la diosa Musearia.
Por eso, su canto tenía un poder misterioso capaz de calmar la ansiedad de la gente y de sanar.
Para el Reino de Vanzell también, que alguien bendecido por la diosa perdiera su poder era una gran pérdida.
Y, por encima de todo, Sierra había vivido junto a su canto.
Que ella perdiera el canto… ¿qué clase de desesperación sería esa?
“¿Dónde está Sierra ahora?”
Quería abrazarla en ese mismo instante.
Para decirle que estaría siempre a su lado hasta que pudiera volver a cantar.
“¡Por aquí!”
Alfred apretó con fuerza el puño y siguió la guía de Moritz.
Cegado por la preocupación por Sierra, Alfred lo siguió sin sospecha alguna.
Pero cuando el camino comenzó a alejarse cada vez más de la habitación de Sierra y entraron en el oscuro bosque del castillo, empezó a sentir que algo estaba mal.
“Espera. ¿De verdad está Sierra más adelante?”
“El salón de ensayos de la orquesta está más cerca si atravesamos este bosque. ¿Acaso no quiere ir rápido a ver a Sierra?”
Presionado por esas palabras, Alfred avanzó hacia el interior del bosque.
Sopló un viento fuerte y los árboles se mecieron con estruendo.
Aunque debía de estar el sol sobre sus cabezas, por alguna razón allí todo parecía oscuro como la noche.
Decían que era un atajo, pero lo único que se veía delante era bosque oscuro.
Al volver la vista atrás, el camino había desaparecido, y parecía imposible distinguir cuál era adelante y cuál era atrás.
Y entonces lo notó: la figura de Moritz había desaparecido.
“¡Moritz! ¿Dónde estás?”
Gritó una y otra vez, pero no obtuvo respuesta.
Corrió intentando regresar por donde había venido, pero no pudo volver al lugar con luz.
“¿Sierra estará a salvo…?”
Si sólo había caído en la trampa de Moritz, no pasaba nada.
Pero si de verdad le había pasado algo a Sierra, no podía quedarse allí.
Debía salir pronto de ese bosque.
Con ese fuerte pensamiento, apareció ante Alfred una silueta que brillaba débilmente.
Y al verla, Alfred dudó de sus propios ojos.
“¿Griella…?”
Lo que aparecía era la figura de la bruja Griella, que ya no debería existir en este mundo.
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