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El matrimonio problemático del Duque vendado - Chapter 68

Capítulo 28: Más que la música, más que el canto

 

Se escucha una hermosa melodía.

La armonía de los instrumentos de cuerda y el ritmo de la percusión hacen latir el pecho con emoción.

Sierra, invitada por Moritz, estaba observando el ensayo de la orquesta de la corte del Reino de Ronatia.

Como distracción, Melina la había vestido con esmero: llevaba un vestido amarillo brillante, el cabello recogido que usualmente dejaba suelto, un adorno floral en el pelo, un collar con gemas irisadas y un ligero maquillaje. Al mirarse en el espejo con un aspecto distinto al de siempre, Sierra se sentía un poco nerviosa.

Y es que Melina la había arreglado tanto porque sabía que Sierra quería invitar a Alfred a almorzar.

La noche anterior, él le había confesado claramente su amor, y su corazón había latido con tanta fuerza que no había podido dormir.

La voz grave de Alfred resonaba con suavidad en su pecho.

Para calmar los latidos que se aceleraban por ello, Sierra aceptó la invitación de Moritz.

“Es una interpretación realmente maravillosa. Tal como se espera de la orquesta de la corte.”
“Sí, realmente lo es.”

Sierra escuchaba la música junto a Melina.

Sentía que hacía mucho tiempo que no se dejaba envolver por la música de esta forma.

En el pasado, ella misma solía participar en los ensayos de la orquesta de Kurufelt.

—Como la 【Cantante Ciega】.

El corazón de Sierra dio un vuelco.

Así era. ¿Por qué lo había olvidado?

Ella debía de haber sido “ciega”.

Y sin embargo, al despertar, no sintió ninguna extrañeza al poder ver.

¿Por qué había perdido la vista?

¿Por qué la había recuperado?

Lo que vino a su mente fue aquel hombre hermoso.

Alfred Besculay. El esposo de Sierra.

“Dime, Melina. ¿De verdad no sabes qué es la llave de esa caja de música?”

Era un obsequio de su esposo, que ella atesoraba.

¿Qué clase de melodía produciría esa caja de música?

Al parecer, Sierra era quien poseía la llave.

Junto a Melina había revisado entre sus pertenencias, pero no encontró nada que pareciera una llave.

“Lo lamento. Me dijo que era un secreto de esposos y no quiso revelármelo.”

Ni siquiera Melina, que siempre había estado a su lado, sabía cómo hacer sonar la caja de música.

Para Sierra, que había perdido la memoria, tampoco había pistas.

Pero ahora, escuchando la orquesta, sentía un deseo irrefrenable de oírla.

Si lograba hacerla sonar, tal vez podría acercarse, aunque fuera un poco, a sus recuerdos perdidos y a Alfred.

“Será mejor dar por terminada la visita.”

Justo cuando la pieza terminó y entraron en una breve pausa, Sierra levantó la mano para despedirse de Moritz.

“Sierra, ¿de verdad te conformas solo con observar? Pensé que querrías cantar, así que preparé tu canción favorita.”

Moritz siempre había acompañado a Sierra en sus prácticas.

Incluso ahora, preocupado por ella en tal situación, la había traído hasta aquí.

“… Gracias, Moritz. Pero ya no puedo cantar.”
“¿Cómo que no puedes cantar?”

Por primera vez, la sonrisa desapareció del rostro de Moritz.

“Porque he olvidado para qué cantaba.”
“¿No era solo que habías olvidado al Duque Vendado?”
“Mis recuerdos de Lord Alfred y mi canto estaban unidos, sin duda.”

Eso al menos, lo sabía con certeza.

“… Entonces, yo…”
“Pero me gusta la música. Y estoy segura de que algún día volveré a querer cantar. Ahora mismo, más que no poder cantar, lo que me duele es haber olvidado a Lord Alfred.”
“¿Aunque ni siquiera sepas si realmente se amaban?”
“No importa. Nosotros sí nos amábamos de verdad.”

Lo que le había causado incertidumbre al despertar, ahora sabía que era un temor infundado.

Sierra confiaba en las palabras de Alfred. Podía creer en ellas.

“¿Cómo lo sabes?”
“Moritz, en el fondo tú también lo sabes, ¿verdad? Aunque ya no pueda cantar, que era mi razón de vivir, aún pienso que estaré bien. Pero cuando pienso en Lord Alfred, no sé por qué me duele tanto.”
“¡Eso es porque tu cerebro rechaza esos recuerdos! El médico también lo dijo. ¡No debes forzarte a recordar!”

Ante esas palabras, Sierra negó con fuerza con la cabeza.

“No. Lo que me duele es haber olvidado. Es porque otra yo, dentro de mí, está gritando todo el tiempo: recuérdalo pronto.”
“¡… Entiendo! Entonces yo mismo traeré al Duque Vendado. Sierra, espera en tu habitación.”

Sierra dudó si debía asentir a esa propuesta.

“¿Y tu práctica?”
“No pasa nada si me ausento un poco. Para recibir a tu esposo, hace falta preparación.”
“… Lo siento, Moritz. Nunca me había dado cuenta de tus sentimientos. Pero aun así, aunque lo haya olvidado, quiero seguir siendo la esposa de Lord Alfred.”

Sierra respondió claramente a la confesión de Moritz, con la que él le había pedido tiempo para reflexionar.

Quería seguir siendo su amiga.

Precisamente por eso, no debía dejarlo ambiguo.

“Gracias, Sierra. En el fondo ya lo sabía, pero te hice pasar un mal rato. Así que, en compensación, iré a buscar a tu esposo.”

Moritz sonrió débilmente y Sierra asintió.

Regresaría a su habitación y esta vez encontraría la llave de la caja de música.

Y si no lo lograba, se la preguntaría directamente a Alfred.

¿Qué le diría? Tenía tantas cosas que quería preguntarle.

“Deseo la felicidad de Sierra. Todo lo que hago es por ella…”

El corazón de Sierra estaba tan lleno de Alfred, que no pudo percibir un sonido que normalmente habría escuchado.

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