Gracias a las vendas mágicas, Alfred pudo salir del “Bosque Maldito”.
La muerte de Griella, Alfred la había presenciado con sus propios ojos.
Por eso, sin duda, la figura que ahora veía frente a él no podía ser la verdadera Griella.
En lo profundo del bosque, tras perder la salida al seguir a Moritz, Alfred llegó a esa conclusión.
『Perdóname, Alfred.』
Con la misma apariencia que guardaba en su memoria, Griella lloraba.
Hasta el final, ella se había disculpado por no poder romper la maldición.
「Griella, mi maldición ya ha sido levantada. No tienes por qué disculparte.」
Alfred nunca la había culpado.
Porque recibir la maldición en su cuerpo era un problema que le pertenecía a él mismo.
Por más veces que lo repitiera, Griella jamás aceptó esas palabras.
Aunque fuera una ilusión, contemplar el rostro lloroso de una bruja abrumada por la culpa era doloroso.
Alfred se retiró lentamente las vendas que tenía envueltas.
Su cuerpo ya no era transparente.
Había conocido a Sierra, había conocido el amor. Incluso había llegado a apreciarse un poco a sí mismo.
Por eso, Griella ya no tenía por qué entristecerse.
Nadie tenía la culpa. No debía disculparse.
『No. Por mi culpa, perderás algo muy importante.』
Pero Griella negó con fuerza, moviendo la cabeza.
「… ¿Qué le está ocurriendo a Sierra? Dímelo. ¿Qué es exactamente la “maldición de la bruja”?」
Aunque no fuera la verdadera Griella, necesitaba información para poder salvar a Sierra.
Aferrándose desesperadamente a esa ilusión, Alfred preguntó.
¿Respondería ella?
Griella se acercó lentamente y levantó la palma de su mano ante los ojos de Alfred.
Él, instintivamente, cerró los suyos.
『La “maldición de la bruja” es… mi pecado, mi error, y el recuerdo de mi amor… Por favor, detén a esa niña.』
Antes de que pudiera preguntar el sentido de esas palabras, imágenes comenzaron a fluir en la mente de Alfred.
La lucha entre brujas y humanos. El encuentro con un rey humano. La separación de una amiga íntima.
La tierra ideal donde humanos y brujas coexistían. La promesa eterna con el hombre amado.
(Esta es… la vida que recorrió Griella…)
Griella había estado enamorada del primer rey del Reino Vanzell, Lariadis.
Y ambos habían hecho un juramento: poner fin al conflicto entre humanos y brujas.
Lariadis recibió la bendición de la diosa Musearia.
Griella, confiando en la promesa hecha con él, condujo a la tribu de brujas hacia un bosque.
Entonces, el poder de sellado de la diosa se activó, y las brujas no pudieron volver a salir del bosque.
El pilar de ese sello era Griella misma.
Ella era una de las brujas más excepcionales de la tribu: una bruja de eterna juventud.
Aunque las brujas vivían más que los humanos, al envejecer perdían su magia y morían como cualquiera.
Pero la magia de Griella no tenía límite, y a partir de los veinte años su cuerpo se detuvo en un estado joven.
Al convertirla en el pilar del sello, la jaula que encerraba a las brujas quedó completada.
Era lo mismo que ser utilizada por el hombre que amaba.
Defraudó a sus padres, fue rechazada por su amiga, odiada por su propia gente.
Se decía que matándola el sello se rompería, y muchas veces intentaron asesinarla.
Pero dentro del bosque, colmado de la magia de Griella, nadie podía hacerle daño.
No existía bruja alguna con más poder que ella.
Por eso, nadie pudo salir del bosque.
Nada podían hacer, salvo morir maldiciendo.
La muerte, un concepto demasiado lejano para Griella, la obligó a presenciar el final de todas las demás.
Y así, Griella quedó sola en un bosque impregnado únicamente de rencor de brujas.
Solo cuando no quedó nadie más, pronunció palabras de disculpa.
Y también, palabras de rencor hacia el hombre que amaba.
—Este lugar… no era el paraíso que soñamos tú y yo.
Aquellas palabras se convirtieron en un hechizo y se propagaron por todo el bosque.
El poder se unió también al rencor de las brujas que ya habían muerto.
Fue en ese instante cuando la jaula que encerraba a las brujas se transformó en el “Bosque Maldito”.
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