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La santa acoge el mal - Capítulo 2

Capítulo 02

 

 

—¡A-ahhhhhhhhhh!

 

El horror se reflejaba en los ojos de los sacerdotes mientras observaban al anciano sacerdote colapsar, con señales evidentes de sufrimiento físico. Algo andaba mal. Uno de ellos intentó abrir la puerta, pero no cedía. Golpearon con fuerza, gritando desesperados.

 

—¿¡Por qué está pasando esto!? ¡A-ayuda…!

 

Luego, el silencio.
Ese día, los sacerdotes desaparecieron, y nunca más se supo de ellos.

 

Episodio 02

 

Sofía enfrentaba últimamente un problema que no sabía cómo manejar.

 

—¿Qué me ocurre…?

 

Le avergonzaba tanto que no podía contárselo a nadie. Por las mañanas despertaba con una sensación incómoda y confusa. Tomó su ropa rápidamente y se dirigió al baño, temiendo ser vista, aunque estuviera sola.

 

Mientras la lavaba, suspiraba. Sabía que Ray estaba ayudando en las labores del templo. Desde hace un tiempo, esa sensación extraña la acompañaba al despertar, y no encontraba explicación alguna.

 

Como los pensamientos impropios eran tabú en el templo, Sofía temía que alguien notara algo. Había sido criada con severidad, dedicada a la oración, y aquello que sentía desafiaba todo lo que había aprendido.

 

—Sofía.

 

—¿Ray?

 

Se sobresaltó. Escondió instintivamente lo que tenía en las manos. Ray sólo la observó, sin decir palabra.

 

—¿Has terminado con tu trabajo?

 

—Sí.

 

—B-bueno, ya veo…

 

Sofía pareció recordar algo.

 

—¡La oración! Ya casi es hora. Ray, ¿quieres acompañarme?

 

—…De acuerdo.

 

Tomándola de la mano, Ray la llevó hacia la sala de oración. Ella apenas pudo responder, sumida en pensamientos. Aunque intentaba mantener la compostura, algo la alteraba profundamente.

 

Ya en la capilla, se sentó en la primera fila, como era costumbre para una santa. Ray se ubicó a su lado. Sofía cerró los ojos, buscando concentración.

 

—Recemos a la diosa Meficia que vela por nosotros.

 

Pero, en medio de la oración, una frase extraña pareció cruzar por su mente. No coincidía con lo que decía el sacerdote. Desconcertada, Sofía abrió los ojos. Todos seguían rezando.

 

Volvió a cerrar los ojos, pero las palabras que oía ya no eran sagradas. Sintió un escalofrío. Una voz suave y confusa parecía susurrar cosas incomprensibles. Le costaba mantenerse serena.

 

Entonces, alguien la llamó.

 

—Sofía.

 

Era el sacerdote. Todos la miraban.

 

—¿Podría decir algunas palabras?

 

Ella dudó. Los fieles la alentaron con entusiasmo.

 

—¡Santa! ¡Por favor, háblenos!

 

Temblorosa, se levantó. Caminó hacia el frente. Su rostro estaba sonrojado y el corazón le latía con fuerza. Apenas podía hablar, pero lo intentó.

 

—Agradezco a la diosa por su protección…

 

En medio de su breve discurso, un mareo repentino la obligó a llevarse una mano al pecho. Una presión desconocida la recorrió, como si algo invisible la afectara. Balbuceó palabras entrecortadas.

 

—Yo… no me siento bien…

 

La congregación murmuraba confundida. Sofía, sin poder explicarse lo que le ocurría, se retiró rápidamente del lugar.

 

Al llegar a su habitación, cerró la puerta tras de sí, respirando agitadamente. Se sentó en el suelo, tratando de calmar su cuerpo alterado. No comprendía lo que pasaba. No había señales físicas, pero sentía una extraña agitación interna.

 

—¿Qué… fue todo eso?

 

Todo parecía haberse desvanecido, pero la inquietud persistía. Se ajustó la ropa y bajó la mirada. Se sentía exhausta, pero más que eso, estaba confundida.

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